"Todo hombre que de corazón anhele la verdad, no ha de temer, sino desear la crítica serena y justa, pero es esencial que el crítico sepa de qué habla"
- William Huxley -
"Y tú corazón mío, por qué lates. Como un vigía melancólico observo la noche y la muerte" - Guillaume Appollinaire - "La atención es el camino hacia la inmortalidad; la inatención es el sendero hacia la muerte. Los que están atentos no mueren; los inatentos son como si ya hubieran muerto" - Dhammapada, Capítulo 2: La atención - Verso 21
domingo, 18 de octubre de 2015
lunes, 6 de julio de 2015
Los tres monos sabios
Leyéndome podría pensarse que estoy encantado de conocerme.
Evidentemente, no es eso a lo que aludía con el título de mi anterior entrada,
sino a la capacidad que tiene la palabra de generar imágenes tan vívidas que
pueden moldear realidades o conformarlas, hasta el punto de que si uno se colma
de determinados predicados, esas frases conjuradas determinan la visión del
mundo y de sí mismo y, consecuentemente, la manera como nos relacionamos. Por
ello parece deseable que esos enunciados que pueblan nuestra mente sean de
naturaleza positiva. Podría entonces aducirse
que con la cabeza llena no cabe ver las cosas como son, sino que
entonces las vemos como somos, según pensamos y sentimos. No acaba de entenderse
bien por qué tendríamos que renunciar a esta manera de ver tan personal, con la
que nos identificamos y sin la cual parece que perdemos identidad, dejamos de
ser nosotros mismos. ¿Por qué habríamos de proceder de otro modo? No se trata
tanto de dejar de ser uno mismo como de ver cómo uno es en el mundo. Tener la
mirada global que nos incluye nos permite ver la totalidad de lo que hay con
imparcialidad. Al mirar hacia fuera vemos las cosas a través de nuestros
filtros, que actúan como prejuicios, sin ser conscientes de ellos o sin
tomarlos en cuenta. Así parece poco menos que milagroso ponerse de acuerdo con
nadie. La vida en solitario no se sobrelleva sin altas dosis de amargura. Estar
solo es estar aislado frente al resto del mundo. Esto, que puede sonar muy
heroico, es en realidad un contrasentido fenomenal, un absurdo. No hay ninguna
necesidad de recortarnos de tal modo contra el fondo. Existe un mar de
imbricaciones en el que estamos inmersos. Para no ahogarnos en ese mar sólo
necesitamos seguirnos de cerca, conocernos a fondo, reconocer nuestros tics,
nuestros automatismos, la corriente de pensamiento que tiñe nuestra forma de
interactuar con el mundo, ¿hasta qué punto resulta provechosa para nosotros y
para el mundo? ¿Es preciso plegarse a estos dictados o es posible y preferible
actuar de un modo alternativo? Aquí es donde puedo afirmar que estoy encantado
de tener la posibilidad de conocerme día a día, momento a momento, segundo a
segundo. La vigilancia, en este sentido, es la participación de la vida; las
distracciones son patinazos que nos hacen perder contacto con la realidad, dar trompos
y volteretas que nos sacan del área. En esos momentos estamos solos y es como si
estuviéramos muertos. ¿Podemos estar conscientes de estas distracciones, de
forma que las integremos en el proceso de atención total? ¿Podemos atender a
nuestros sueños, nuestros ideales, nuestras ilusiones, nuestros prejuicios,
nuestras proyecciones, de modo que no nos confundan ni nos alteren, ser
conscientes de su influencia para modularla, adaptándola a la necesidad del
momento de la manera más inclusiva? Si no podemos es que estamos echados a
perder o ya perdidos, debemos reencontrarnos. Este proceso de atención
vigilante es lo que entiendo por meditación, aunque habrá quien entienda que
eso es estar empanado y que no hay necesidad de complicarse tanto la vida. La
vida se complica cuando somos ciegos a nuestra interpretación, cuando la
obviamos por connatural, entonces es cuando andamos tropezando con nuestras
limitaciones y puede decirse que vamos pisándonos los cordones sueltos. El acto
meditativo es tan sencillo y tan fecundo que da miedo. Es el facilitador de la
acción correcta. Al mismo tiempo es tan contranatural que da pereza. Uno se
consiente y se da licencias para pendejear y ser un pinche mamón con tal
facilidad que no hacerlo le hace sentir a uno retorcido y complicado. Si alguien
me entra preguntando con sarcasmo si tengo un altar u hornacina en mi casa,
donde hacer ofrendas florales a los tres monos sabios, o si me basta con el
espacio de mi estructurada mente para hacerlo, la reacción más natural será
mandarlo a moler cacao, tostar cacahuetes y/o freír plátanos pero, bien
pensado, nadie suele venir a obsequiarte con tan sustanciosas sentencias de
forma gratuita, así que quizá venga en pago de alguna producción previa a mi
cargo que, por las razones que sean, le han soliviantado. Reconociendo mi
ignorancia, me disculparé por la posible ofensa que le haya provocado y me
interesaré, en consecuencia, por sus razones, por si en ellas se contuviera
alguna enseñanza que pudiera aprovecharme. El siguiente paso será informarme
sobre el simbolismo de los tres monos sabios. Ahora empiezo a entrever el
sentido de ‘mente estructurada’: resultado de un aprendizaje que conduce a
actuar de determinada manera ante determinados estímulos. A mi modo de ver,
actuar en base al reconocimiento del misterio y la propia ignorancia es una
forma muy abierta de adaptarse a la experiencia, pero podría estar engañado.
Ver, oír y observar el consecuente correctivo sin juzgar parece ser el significado
óptimo del símbolo en cuestión, aunque también se interpreta como no escuchar
el mal, no observarlo y no reproducirlo. Como no estoy en la piel del otro no
sé qué puede pasarle por la cabeza cuando me ve o me escucha o dice algo sobre
mí, ni en qué condiciones lo hace. En principio tiendo a sentirme ofendido por
el tono de la interpelación, una pregunta retórica que parece burlarse de mi
forma de proceder, sea como sea que la entienda el otro. Interpreto el símbolo
como una alusión a mi empeño por permanecer en mi limitada comprensión del
mundo y me siento herido, incomprendido e injustamente juzgado, pero puedo
darle la vuelta e interpretarlo como una invitación a disolverme en la
panorámica que se me presenta, atender a la voz de la representación y no
precipitarme en mi dictamen sino ver qué pasa y si lo que pasa es conforme a su
precedente o si requiere de una acción correctora. Visto así, cambio la
presunta ofensa por una valiosa enseñanza y todos salimos ganando.
Estos son los originales que figuran en el templo Toshogu, al norte de Japón.
jueves, 2 de julio de 2015
Encantado
Nunca he sido un buen estudiante. En mis notas de final de
curso quedaban pendientes cerca de la mitad de las asignaturas y las que
aprobaba apenas superaban el suficiente. “Se evade”, era la observación preferida
por mis tutores y profesores para definir mi actitud, no porque me consideraran
como reputado escapista que burlando la atención docente me fugara del aula o
incluso traspasara el recinto colegial, sino porque aseguraban encontrarme
distraído con harta frecuencia, y no les faltaba razón. Reconozco en mí esa
fuerte inclinación al fantaseo, cuando no a dejar en suspenso el ejercicio de
mis sentidos, una tara que he desatendido y que se ha perpetuado. Dado el
diagnóstico, paso a decir ahora con la conciencia tranquila que, según creo
recordar, la moderna lingüística, y derivaciones como la semiótica y la
semiología, hacen distinción entre signo, señal y símbolo, aunque signo y señal
vendrían a ser prácticamente equiparables, siendo ‘señal’ el derivado
castellano del latín ‘signum’, y ‘signo’ un neologismo adoptado con
posterioridad en ámbitos académicos para referirse a aquello que señala otra
cosa en sustitución de esa misma cosa: las letras señalan sonidos y las
palabras señalan significantes que pueden ser objetos o conceptos o relaciones
gramaticales. El símbolo es más complejo. El símbolo más que señalar
representa, encarna o sintetiza un conocimiento o relato en una imagen. En la
tradición cabalística sí que se consideran las letras como símbolos y las
palabras combinaciones de los símbolos que contienen, reflejando de manera
gráfica la composicionalidad tanto del universo como del pensamiento, es decir,
la continua referencialidad y deriva de unos objetos y conceptos sobre otros de
modo contingente y laberíntico, por el que toda ciencia se presenta como una
relación inagotable de temas, tan interesante como arbitraria y, también por
ello, no tan execrablemente rechazable. A mi modo de ver, un serio
inconveniente que comparten los estudios especializados es su tendencia a la
obsesión por el detalle en perjuicio de la calidad de perspectiva y, frente a
la continua proliferación de detalles, también a la dispersión, a la pérdida en
el olvido dentro del juego de la creación. Prefiero contemplar el juego con la
pertinente consideración del peligro que conlleva, cuidando de en qué jardines
me meto, aspirando el aroma del ambiente, vigilando que no se me convierta en
pantano de aguas pestilentes. Quiero vivir mi vida con sencillez y dedicación,
dedicándome a ser lo que soy, un ser humano que cuida, en la medida de lo que
sabe y puede, de su entorno, tratando de no contaminar el aire que me envuelve
con ideas negativas o falsas. Como humano y ser vivo que soy tengo fecha de
caducidad. Pongo mi corazón, mis células y mis átomos al servicio de la vida
cooperante. Este es mi programa de vida. Veré si puede ejecutarse. Yo digo que
sí, porque otra opción la veo como una forma de coartarme ya de entrada. ¿Con
qué fin? Que la vida se encargue de poner las cortapisas que requiera mi falta
de atención. Sigo la senda que se me marca.
domingo, 28 de junio de 2015
Recordar
La palabra ‘recordar’ proviene de un término en latín que
redunda en el corazón, ‘cordis’ (de donde también procede la palabra
‘cordial’), lo que sugiere el continuo repaso del flujo sanguíneo por el
corazón, algo que reconforta, calienta y permite la continuidad de la vida como
una actualización del sentimiento. Resulta chocante que la palabra
resentimiento se asocie más al aspecto negativo como huella de rencor, también
la palabra incordio tiene connotaciones negativas, pero no es esa la dirección
que me propongo seguir ahora sino más la de incidir en el corazón como motor de
búsqueda de afectos solidarios. Recordar a los ausentes es acercarlos a un
espacio tan íntimo como el subcutáneo, pasar de extrañar a entrañar, dejar de sentir
su falta y pasar a incorporar, asimilar su cualidad de entrañable,
interiorizar, ser uno mismo con el otro, andar acompañado de sus afectos
encauzándolos en nuestro camino, dejando a la vez ser y estar al otro
dondequiera que esté y lo que quiera que sea. Soltar y dejar ir y venir los
acontecimientos como quien respira. Aspirar, expirar, hasta el último aliento.
Acompasar el paso, pulsar sentimientos compartidos, hacer copartícipes. Tantas
personas, tantos recuerdos. Cada uno con su singularidad. Arrieros somos, por
el camino nos encontramos. Tantos encuentros, tantas despedidas. Pero ya no
somos los mismos, algo nos han aportado. Ojalá pueda yo aportar algo. Gracias.
miércoles, 24 de junio de 2015
Desanudándome
Como ente limitado por
nacimiento, cultura, educación, desarrollo, etcétera, y debido a cierta
inquietud y determinada disposición de tiempo para reflexionar sobre mi
condición de ser existencial, se me presenta la muy valiosa oportunidad de
acceder al acervo cultural de la humanidad, donde rebuscar y sacar a colación
alguno de los temas que con mayor recurrencia han obsesionado a la humanidad
desde sus albores, y que han suscitado encendidas polémicas entre posiciones
más o menos enfrentadas, alguna de las cuales se ha establecido como escuela de
pensamiento que, a su modo, ha pretendido resolver la cuestión en ciernes,
fuera ésta la del libre albedrío o la de la adecuación intelectiva al
conocimiento de la verdad, se me ocurren ahora como ejemplos. Todavía no se ha alcanzado
acuerdo universal sobre tan controvertidas cuestiones, lo que, de por sí,
sugiere una pobre adecuación del intelecto al conocimiento de la realidad. El
pensamiento ha demostrado ser una poderosa herramienta que, en su desarrollo,
ha permitido avances tecnológicos impensables para nuestros ancestros y para
nosotros mismos hace algún tiempo. Gracias a ellos, la especie humana se ha
enseñoreado de la Tierra y se ha autoproclamado rey y árbitro del mundo
conocido, pero, lejos de congraciarnos entre nosotros y con el universo, ha
agravado nuestras discordias hasta el punto de modificar y poner en peligro o
en alerta el equilibrio de nuestro planeta. ¿Cómo actuar, entonces,
individualmente, desde esta constatación? Como poco, me gustaría no añadir más
confusión ni más discordia a este mundo tan sembrado de ambas. El pensamiento
puede ayudarme a planificar mis tareas diarias para hacérmelas más asequibles,
puede ayudarme a distinguir unas cosas de otras para no andar ofuscado y
tropezando con todo, pero es evidente que no va a ayudarme a resolver los
problemas del mundo, que son en realidad nuestros problemas, generados por
nuestro pensamiento. Grandes sistemas de pensamiento se han alternado en
preponderancia a lo largo de la historia, oprimiendo o marginando a los
disidentes y ofreciendo, cuando menos, consuelo a los partidarios. Si soy
honesto trataré de averiguar qué es lo que mejor sé hacer en la dirección del
mayor beneficio general y me entregaré a su cumplimiento. Trataré siempre de
tender la mano y permanecer accesible hacia el mundo sensible. Me
responsabilizaré de mis problemas sin proyectar la culpa o derivar
responsabilidades hacia el prójimo o lejano. Buscaré siempre la manera de
resolver los conflictos que se me presenten sin rehuirlos. La mejor disposición
que se me ocurre a la hora de deshacer un nudo es la paciente. Se requiere de
visión y tacto, y su mejor calidad se obtiene en el silencio de la mente, no
pergeñando teorías o sistemas para resolver nudos.
viernes, 19 de junio de 2015
Crionizarte en tiempos de la reproducción viral. (Mon coeur mis à nu par ses célibataires, même).
Uno sólo puede hacerse responsable de lo que dice, hace,
piensa o entiende por sí mismo. Al escuchar lo que otro nos dice, nuestro
entendimiento debe encauzarse entre los márgenes de lo que se nos comunica y
ceñirse a ellos. Si uno estrecha o amplía el sentido en su interpretación de lo
que un mensaje lanzado comunica, uno debe tomar la responsabilidad y hacerlo
así constar en cuanto se percata de la probable proyección indebida. No es
fácil. Las palabras van un poco a su bola y tienen un margen amplio de
significación. Hay que considerar entonces el contexto en el que se produce la
comunicación, ahí donde se intercambian emisor y receptor en el uso de un código y de
unos canales determinados en los que volcar los contenidos que suscitan su
interés o en los que manifiestan su repulsa o desacuerdo, todo ello con una
intención más o menos inconsciente. Nada de esto está de por sí definido. Todo
se da como en un engrudo de vivencia, en gran medida desapercibida, que es susceptible
de análisis. Inevitablemente muchas cosas nos pasarán por alto o se nos
quedarán en el camino. Hay que establecer entonces, de antemano, cuáles son
nuestras prioridades. Particularmente me interesa, antes que nada,
desenmascararme en mi búsqueda de la verdad de lo que trato, para no teñir con
mis prejuicios ni con enrevesadas estratagemas de prestidigitador la puridad y
transparencia de lo que viene dado y trato obcecadamente de desentrañar,
porque siento que de algún modo escapa a mis sentidos e inteligencia
algo que es de vital importancia y cuyo desconocimiento me desconcierta y sume en profunda inquietud.
Lo primero que me llama la atención en mi discurso es su
aparente presunción, un tono como de sentar cátedra que juzgo impropio de
alguien que, a todas luces, no entiende de aquello que pretende querer
dilucidar. En mi defensa, alego que la presunta apariencia se debe en gran
parte al formato en que la presento. La relación escrita permite disimular en
su tersura gran parte de esos tics de inseguridad que quedarían al descubierto
en la conversación participativa “a tiempo real”, entendiendo aquí por “tiempo
real” el compartido simultáneamente por, al menos, dos contertulios.
Una seria indagación meditada, o su pretensión, se expresa
con evidente mayor comodidad mediante el registro íntimo y dilatorio que
permite la escritura, que en la discusión abierta ante un auditorio
participativo, entre otras cosas porque permite atajar devaneos, silenciar
balbuceos, omitir fórmulas desechadas por imprecisas y silencios reflexivos o
en blanco, aparte de obviar réplicas y contrarréplicas espontáneas. Lo que se
pierde en espontaneidad, ¿se gana en hondura? Eso quisiera. No obstante sí que
hay mucho de ciego tanteo en la opacidad de lo manifiesto. Lo manifiesto es la
transparencia del presente eterno que nos envuelve y transforma. Opacidad es lo
que percibe la partícula que socava la realidad de la que forma parte. Quizá el
océano pueda percibirse en cada una de sus moléculas, pero la
molécula no podrá percibir el océano sino renunciando u obviando los límites
que le confieren individualidad, nuestra tan preciada personalidad, el
instrumento a través del cual filtramos la realidad que expresamos para
compartir, para hacernos valer, para que nos quieran o para afirmarnos en un
mundo que sentimos que se desmorona o alborota. Recurro a imágenes manidas y a
un lenguaje prestado por la tradición, la educación recibida, encauzado por mi
limitada experiencia personal y, más limitados aún, gustos personales para
expresar lo inexpresable, lo que es igual, lo irremediable, lo que no tiene mal
ni cura… ¿Para qué? Para nada. Funciono tal cual soy. No me excuso. Confieso.
Esta es mi expresión. Lo mismo daría que repitiera glú glú glú o fiu fiu
infinidad de veces, sólo que entonces requeriría de una capacidad de silencio y
comprensión mucho más sincera de lo que estoy dispuesto a mostrar. También uso
el lenguaje para ocultarme y protegerme, para camuflarme, metamorfosearme,
desarrollarme y hacer el paripé. Como adentro así afuera. Como arriba, así lo
agarro, con muchísimo cuidado, algo de descaro y pocas muestras de pudor. Suplo
talento con generosidad. Lo que queda es lo que hay. Suerte que no estoy solo. Los
buitres sobrevuelan. Aprecio su majestuosidad, altura, parsimonia y elegancia
de vuelo. Soy un torpe bípedo implume. Me sirvo de mi pensamiento para abrirme
paso en la espesura. Mejor haría quedándome agazapado. El eco de mi tanteo se
entreteje con el de miles de otros ciegos que habitan esta jungla. Por nuestras
señas nos damos a conocer. La flecha está dispuesta, la cuerda tensa, el
corazón palpitante. ¿Me entrego o sigo perdido en mi búsqueda?
martes, 16 de junio de 2015
Apostilla al nombre de la diosa
Inevitablemente, ha de procederse con mucho cuidado y fuerte
determinación para sacar el máximo provecho a la enseñanza que nos ofrece el
dilatado y proteico presente. Tener un interlocutor ayuda mucho: al establecer
diálogo, dos entidades diferenciadas se dificultan el caer en el
ensimismamiento, la ensoñación y el partidismo, promoviéndose así una
dialéctica que busca la concordia.
Todo lo que puedo hacer, decir o pensar es en presente. Toda
opción está contenida en el presente, un presente continuo en perpetua
transformación. Vivir en presente no es algo que elegimos, nos viene regalado
de modo tan impositivo que resulta complicado idear una forma de existencia que
discurra de otro modo. Todo lo que tiene existencia existe ahora. (En este
punto estoy tentado de traer a colación a cierta persona que trató de explicar
una actividad en diferido y salió muy mal parada, pero no viene al caso y me
reprimo). Contamos, es cierto, con acontecimientos narrados en diferentes
formatos que nos transmiten escenas pretendidamente sucedientes en tiempos más
o menos remotos o imaginarios, pero lo más fácil e inmediato es inferir que
todas ellas se compusieron presencialmente durante un periodo más o menos
dilatado de tiempo presente. Lo que cuenta es el resultado al que accedemos y
la información que extraemos, todo contenido en un presente vivo en continuo
movimiento, para tratar del cual disponemos de una serie de divisiones más o
menos artificiales y arbitrarias, y hablamos de un antes y de un después tan
imaginarios como el ahora efímero y relativo que salta de instante a instante:
mero lenguaje. En un mundo así descuartizado sólo impera la agonía de lo que se
descompone. Únicamente lo íntegro e indiviso vive. Animales parlantes se
entretienen hilando palabras con las que tejer retales de relato en los que
reflejar esa totalidad. Pura actividad, condenada a desvanecerse como espuma.
Todo lo que necesitamos saber está delante nuestro, aquí y ahora. Somos esto
que vive y muere. Saludamos a lo que permanece.
Salud y buena guardia.
Pero Grullo
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