Vivimos en medio de la confusión mundial y, como parte del
mundo, somos parte de esta confusión. ¿Cómo ver claro en medio de un mundo tan
confuso, tan turbio y enredado, en el que el conflicto parece inevitable? No
hallaremos claridad en los noticieros ni en las agencias de información de uno
u otro cuño difundidas por las potencias de uno u otro bando. Todo eso es
propaganda y proselitismo referidos a intereses que no nos benefician, nos
distraen y mantienen el statu quo. Tampoco hallaremos claridad en los malditos
bulos denunciados por quienes forman parte del mismo sistema de intereses, ni
en las redes ni en los blogs ni en youtube ni en tiktok ni en nada externo a
nosotros mismos. La única esperanza de encontrar un mínimo de claridad la
siento en mi interior, hundida como semilla en la oscura profundidad del ser,
allí donde brota la fuente de la conciencia. ¿Cómo acceder a semejante
abstracción y posible entelequia? Dándonos cuenta de que no hay salida a tanto
embrollo en medio de tanto ruido y confusión, de que el conflicto no trae la
paz, de que la victoria de uno u otro bando no es la solución sino la
continuidad del conflicto y del descontento de los vencidos y de la ceguera de
los vencedores. Aquí el deseo o la creencia de tener razón resultan impropios.
Lo único que me parece apropiado es
buscar la fuente del conflicto en mi propia actitud de enfrentamiento a quienes
no piensan como yo, observar con desapego el tren de mis pensamientos hasta su
detención o tránsito continuo separado de mi esencia, hasta la desactivación de
mis mecanismos de defensa y el reconocimiento de mis ideas prestadas, de mi
condicionamiento social y cultural. Sólo así me veré libre de manipulación y
las milicias mundanas contarán con un soldado menos. El pensamiento emancipado
evita la obediencia, la coacción y el consentimiento. Sin un ejército conforme
los líderes mundiales y detentadores de interés quedan desarmados e
incapacitados. La solución, de ser tan simple resulta ingenua, estamos
condicionados para creerlo así, pero es el único modo de acabar con esta
historia de catastróficas desdichas, y, de hecho, la real ingenuidad que nos
mantiene atados a la repetición de la historia es creer que nuestra adhesión a
uno u otro bando que creemos de justicia, cuando menos nos reportará la
satisfacción de actuar en conciencia, o que puesto que las cosas son como son y
no tienen remedio, la resignación o la adaptación son las mejores vías de
supervivencia. No se trata de eso. Se trata de dar lugar a la utopía, y eso
está en nuestra mente creadora. Creer es crear. ¿Queremos vivir en paz con
nuestros vecinos? No podemos decidir por ellos cómo vivir o como pensar pero
podemos hacerlo por nosotros mismos. ¿En imposición o en libre albedrío? ¿En
espacio personal o en avasallamiento? ¿En intromisión o en tolerancia? ¿En paz
o en discordia? Busquemos la paz en nosotros mismos, porque es aquí donde yace.
Dejemos que aflore. No debemos aspirar a nada menos que a la manifestación del
paraíso en la tierra. Es la mejor forma de sacar lo mejor de nosotros.
No revolvamos más las aguas, dejemos que la turbiedad se
asiente. Sólo desde la claridad podemos decidir y actuar con libertad. En la
confusión sólo reaccionamos desde el miedo y la coacción o desde la codicia.
Son las cosas que pienso mientras laboro, palabras que me
digo y que comparto con la esperanza de que hagan carambola con otras mentes
sincrónicas en una sinapsis universal, palabras que sumen a una cuenta ya en
marcha desde mucho tiempo atrás, y que son expresión de un anhelo muy profundo.
Que así sea.