domingo, 28 de junio de 2015

Recordar

La palabra ‘recordar’ proviene de un término en latín que redunda en el corazón, ‘cordis’ (de donde también procede la palabra ‘cordial’), lo que sugiere el continuo repaso del flujo sanguíneo por el corazón, algo que reconforta, calienta y permite la continuidad de la vida como una actualización del sentimiento. Resulta chocante que la palabra resentimiento se asocie más al aspecto negativo como huella de rencor, también la palabra incordio tiene connotaciones negativas, pero no es esa la dirección que me propongo seguir ahora sino más la de incidir en el corazón como motor de búsqueda de afectos solidarios. Recordar a los ausentes es acercarlos a un espacio tan íntimo como el subcutáneo, pasar de extrañar a entrañar, dejar de sentir su falta y pasar a incorporar, asimilar su cualidad de entrañable, interiorizar, ser uno mismo con el otro, andar acompañado de sus afectos encauzándolos en nuestro camino, dejando a la vez ser y estar al otro dondequiera que esté y lo que quiera que sea. Soltar y dejar ir y venir los acontecimientos como quien respira. Aspirar, expirar, hasta el último aliento. Acompasar el paso, pulsar sentimientos compartidos, hacer copartícipes. Tantas personas, tantos recuerdos. Cada uno con su singularidad. Arrieros somos, por el camino nos encontramos. Tantos encuentros, tantas despedidas. Pero ya no somos los mismos, algo nos han aportado. Ojalá pueda yo aportar algo. Gracias.





miércoles, 24 de junio de 2015

Desanudándome

Como ente limitado por nacimiento, cultura, educación, desarrollo, etcétera, y debido a cierta inquietud y determinada disposición de tiempo para reflexionar sobre mi condición de ser existencial, se me presenta la muy valiosa oportunidad de acceder al acervo cultural de la humanidad, donde rebuscar y sacar a colación alguno de los temas que con mayor recurrencia han obsesionado a la humanidad desde sus albores, y que han suscitado encendidas polémicas entre posiciones más o menos enfrentadas, alguna de las cuales se ha establecido como escuela de pensamiento que, a su modo, ha pretendido resolver la cuestión en ciernes, fuera ésta la del libre albedrío o la de la adecuación intelectiva al conocimiento de la verdad, se me ocurren ahora como ejemplos. Todavía no se ha alcanzado acuerdo universal sobre tan controvertidas cuestiones, lo que, de por sí, sugiere una pobre adecuación del intelecto al conocimiento de la realidad. El pensamiento ha demostrado ser una poderosa herramienta que, en su desarrollo, ha permitido avances tecnológicos impensables para nuestros ancestros y para nosotros mismos hace algún tiempo. Gracias a ellos, la especie humana se ha enseñoreado de la Tierra y se ha autoproclamado rey y árbitro del mundo conocido, pero, lejos de congraciarnos entre nosotros y con el universo, ha agravado nuestras discordias hasta el punto de modificar y poner en peligro o en alerta el equilibrio de nuestro planeta. ¿Cómo actuar, entonces, individualmente, desde esta constatación? Como poco, me gustaría no añadir más confusión ni más discordia a este mundo tan sembrado de ambas. El pensamiento puede ayudarme a planificar mis tareas diarias para hacérmelas más asequibles, puede ayudarme a distinguir unas cosas de otras para no andar ofuscado y tropezando con todo, pero es evidente que no va a ayudarme a resolver los problemas del mundo, que son en realidad nuestros problemas, generados por nuestro pensamiento. Grandes sistemas de pensamiento se han alternado en preponderancia a lo largo de la historia, oprimiendo o marginando a los disidentes y ofreciendo, cuando menos, consuelo a los partidarios. Si soy honesto trataré de averiguar qué es lo que mejor sé hacer en la dirección del mayor beneficio general y me entregaré a su cumplimiento. Trataré siempre de tender la mano y permanecer accesible hacia el mundo sensible. Me responsabilizaré de mis problemas sin proyectar la culpa o derivar responsabilidades hacia el prójimo o lejano. Buscaré siempre la manera de resolver los conflictos que se me presenten sin rehuirlos. La mejor disposición que se me ocurre a la hora de deshacer un nudo es la paciente. Se requiere de visión y tacto, y su mejor calidad se obtiene en el silencio de la mente, no pergeñando teorías o sistemas para resolver nudos.


viernes, 19 de junio de 2015

Crionizarte en tiempos de la reproducción viral. (Mon coeur mis à nu par ses célibataires, même).




Uno sólo puede hacerse responsable de lo que dice, hace, piensa o entiende por sí mismo. Al escuchar lo que otro nos dice, nuestro entendimiento debe encauzarse entre los márgenes de lo que se nos comunica y ceñirse a ellos. Si uno estrecha o amplía el sentido en su interpretación de lo que un mensaje lanzado comunica, uno debe tomar la responsabilidad y hacerlo así constar en cuanto se percata de la probable proyección indebida. No es fácil. Las palabras van un poco a su bola y tienen un margen amplio de significación. Hay que considerar entonces el contexto en el que se produce la comunicación, ahí donde se intercambian emisor y receptor en el uso de un código y de unos canales determinados en los que volcar los contenidos que suscitan su interés o en los que manifiestan su repulsa o desacuerdo, todo ello con una intención más o menos inconsciente. Nada de esto está de por sí definido. Todo se da como en un engrudo de vivencia, en gran medida desapercibida, que es susceptible de análisis. Inevitablemente muchas cosas nos pasarán por alto o se nos quedarán en el camino. Hay que establecer entonces, de antemano, cuáles son nuestras prioridades. Particularmente me interesa, antes que nada, desenmascararme en mi búsqueda de la verdad de lo que trato, para no teñir con mis prejuicios ni con enrevesadas estratagemas de prestidigitador la puridad y transparencia de lo que viene dado y trato obcecadamente de desentrañar, porque siento que de algún modo escapa a mis sentidos e inteligencia algo que es de vital importancia y cuyo desconocimiento me desconcierta y sume en profunda inquietud.
Lo primero que me llama la atención en mi discurso es su aparente presunción, un tono como de sentar cátedra que juzgo impropio de alguien que, a todas luces, no entiende de aquello que pretende querer dilucidar. En mi defensa, alego que la presunta apariencia se debe en gran parte al formato en que la presento. La relación escrita permite disimular en su tersura gran parte de esos tics de inseguridad que quedarían al descubierto en la conversación participativa “a tiempo real”, entendiendo aquí por “tiempo real” el compartido simultáneamente por, al menos, dos contertulios.

Una seria indagación meditada, o su pretensión, se expresa con evidente mayor comodidad mediante el registro íntimo y dilatorio que permite la escritura, que en la discusión abierta ante un auditorio participativo, entre otras cosas porque permite atajar devaneos, silenciar balbuceos, omitir fórmulas desechadas por imprecisas y silencios reflexivos o en blanco, aparte de obviar réplicas y contrarréplicas espontáneas. Lo que se pierde en espontaneidad, ¿se gana en hondura? Eso quisiera. No obstante sí que hay mucho de ciego tanteo en la opacidad de lo manifiesto. Lo manifiesto es la transparencia del presente eterno que nos envuelve y transforma. Opacidad es lo que percibe la partícula que socava la realidad de la que forma parte. Quizá el océano pueda percibirse en cada una de sus moléculas, pero la molécula no podrá percibir el océano sino renunciando u obviando los límites que le confieren individualidad, nuestra tan preciada personalidad, el instrumento a través del cual filtramos la realidad que expresamos para compartir, para hacernos valer, para que nos quieran o para afirmarnos en un mundo que sentimos que se desmorona o alborota. Recurro a imágenes manidas y a un lenguaje prestado por la tradición, la educación recibida, encauzado por mi limitada experiencia personal y, más limitados aún, gustos personales para expresar lo inexpresable, lo que es igual, lo irremediable, lo que no tiene mal ni cura… ¿Para qué? Para nada. Funciono tal cual soy. No me excuso. Confieso. Esta es mi expresión. Lo mismo daría que repitiera glú glú glú o fiu fiu infinidad de veces, sólo que entonces requeriría de una capacidad de silencio y comprensión mucho más sincera de lo que estoy dispuesto a mostrar. También uso el lenguaje para ocultarme y protegerme, para camuflarme, metamorfosearme, desarrollarme y hacer el paripé. Como adentro así afuera. Como arriba, así lo agarro, con muchísimo cuidado, algo de descaro y pocas muestras de pudor. Suplo talento con generosidad. Lo que queda es lo que hay. Suerte que no estoy solo. Los buitres sobrevuelan. Aprecio su majestuosidad, altura, parsimonia y elegancia de vuelo. Soy un torpe bípedo implume. Me sirvo de mi pensamiento para abrirme paso en la espesura. Mejor haría quedándome agazapado. El eco de mi tanteo se entreteje con el de miles de otros ciegos que habitan esta jungla. Por nuestras señas nos damos a conocer. La flecha está dispuesta, la cuerda tensa, el corazón palpitante. ¿Me entrego o sigo perdido en mi búsqueda?

martes, 16 de junio de 2015

Apostilla al nombre de la diosa

Inevitablemente, ha de procederse con mucho cuidado y fuerte determinación para sacar el máximo provecho a la enseñanza que nos ofrece el dilatado y proteico presente. Tener un interlocutor ayuda mucho: al establecer diálogo, dos entidades diferenciadas se dificultan el caer en el ensimismamiento, la ensoñación y el partidismo, promoviéndose así una dialéctica que busca la concordia.
Todo lo que puedo hacer, decir o pensar es en presente. Toda opción está contenida en el presente, un presente continuo en perpetua transformación. Vivir en presente no es algo que elegimos, nos viene regalado de modo tan impositivo que resulta complicado idear una forma de existencia que discurra de otro modo. Todo lo que tiene existencia existe ahora. (En este punto estoy tentado de traer a colación a cierta persona que trató de explicar una actividad en diferido y salió muy mal parada, pero no viene al caso y me reprimo). Contamos, es cierto, con acontecimientos narrados en diferentes formatos que nos transmiten escenas pretendidamente sucedientes en tiempos más o menos remotos o imaginarios, pero lo más fácil e inmediato es inferir que todas ellas se compusieron presencialmente durante un periodo más o menos dilatado de tiempo presente. Lo que cuenta es el resultado al que accedemos y la información que extraemos, todo contenido en un presente vivo en continuo movimiento, para tratar del cual disponemos de una serie de divisiones más o menos artificiales y arbitrarias, y hablamos de un antes y de un después tan imaginarios como el ahora efímero y relativo que salta de instante a instante: mero lenguaje. En un mundo así descuartizado sólo impera la agonía de lo que se descompone. Únicamente lo íntegro e indiviso vive. Animales parlantes se entretienen hilando palabras con las que tejer retales de relato en los que reflejar esa totalidad. Pura actividad, condenada a desvanecerse como espuma. Todo lo que necesitamos saber está delante nuestro, aquí y ahora. Somos esto que vive y muere. Saludamos a lo que permanece.
Salud y buena guardia.

Pero Grullo