Lo difícil es ser
coherente, sincronizar pensamiento, palabra, obra y omisión. Evitar todo
comportamiento, actitud y modo de pensar rutinarios y maquinales, que nos
perjudican y nos retrasan en el cumplimiento de nuestros propósitos expresados
conscientemente en momentos de lucidez y buena voluntad. Sostener ese deseo
primordial requiere un pulso continuo durante todo el tiempo de vigilia y, a
ser posible, mantenerlo activo también durante el sueño. Hay muchos hábitos
enraizados en nosotros de los que apenas somos conscientes y que son muy obvios
para nuestros convivientes, quienes los toleran mejor o peor, en pro o no de
una más pacífica convivencia, y que nos duele que nos señalen, pero que, en el
fondo, sabemos que están ahí y que nos sabotean y que somos sus únicos
sustentadores. Es nuestra responsabilidad hacernos cargo.
A veces, el mejor modo
de dinamitar esta situación es hacer conscientemente aquello a lo que estamos
tan acostumbrados que no caemos en la cuenta, y de lo que quisiéramos estar
desvinculados pero que se nos imputa de un modo más o menos tácito por parte de
terceros o de nuestra acallada conciencia. La reincidencia consciente, pero
desprovista de culpa, es el mejor revulsivo contra el automatismo y el
enganche, debido a la evidencia y saturación que produce. Es aquello que suele
decirse de que el mejor modo de evitar la tentación es caer de lleno en ella.
Darse cuenta. El juicio, la culpa, el rechazo, nos anclan en comportamientos indeseados
y nos hunden en el autodesprecio sin posibilidad de redención.
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