Nunca he sido un buen estudiante. En mis notas de final de
curso quedaban pendientes cerca de la mitad de las asignaturas y las que
aprobaba apenas superaban el suficiente. “Se evade”, era la observación preferida
por mis tutores y profesores para definir mi actitud, no porque me consideraran
como reputado escapista que burlando la atención docente me fugara del aula o
incluso traspasara el recinto colegial, sino porque aseguraban encontrarme
distraído con harta frecuencia, y no les faltaba razón. Reconozco en mí esa
fuerte inclinación al fantaseo, cuando no a dejar en suspenso el ejercicio de
mis sentidos, una tara que he desatendido y que se ha perpetuado. Dado el
diagnóstico, paso a decir ahora con la conciencia tranquila que, según creo
recordar, la moderna lingüística, y derivaciones como la semiótica y la
semiología, hacen distinción entre signo, señal y símbolo, aunque signo y señal
vendrían a ser prácticamente equiparables, siendo ‘señal’ el derivado
castellano del latín ‘signum’, y ‘signo’ un neologismo adoptado con
posterioridad en ámbitos académicos para referirse a aquello que señala otra
cosa en sustitución de esa misma cosa: las letras señalan sonidos y las
palabras señalan significantes que pueden ser objetos o conceptos o relaciones
gramaticales. El símbolo es más complejo. El símbolo más que señalar
representa, encarna o sintetiza un conocimiento o relato en una imagen. En la
tradición cabalística sí que se consideran las letras como símbolos y las
palabras combinaciones de los símbolos que contienen, reflejando de manera
gráfica la composicionalidad tanto del universo como del pensamiento, es decir,
la continua referencialidad y deriva de unos objetos y conceptos sobre otros de
modo contingente y laberíntico, por el que toda ciencia se presenta como una
relación inagotable de temas, tan interesante como arbitraria y, también por
ello, no tan execrablemente rechazable. A mi modo de ver, un serio
inconveniente que comparten los estudios especializados es su tendencia a la
obsesión por el detalle en perjuicio de la calidad de perspectiva y, frente a
la continua proliferación de detalles, también a la dispersión, a la pérdida en
el olvido dentro del juego de la creación. Prefiero contemplar el juego con la
pertinente consideración del peligro que conlleva, cuidando de en qué jardines
me meto, aspirando el aroma del ambiente, vigilando que no se me convierta en
pantano de aguas pestilentes. Quiero vivir mi vida con sencillez y dedicación,
dedicándome a ser lo que soy, un ser humano que cuida, en la medida de lo que
sabe y puede, de su entorno, tratando de no contaminar el aire que me envuelve
con ideas negativas o falsas. Como humano y ser vivo que soy tengo fecha de
caducidad. Pongo mi corazón, mis células y mis átomos al servicio de la vida
cooperante. Este es mi programa de vida. Veré si puede ejecutarse. Yo digo que
sí, porque otra opción la veo como una forma de coartarme ya de entrada. ¿Con
qué fin? Que la vida se encargue de poner las cortapisas que requiera mi falta
de atención. Sigo la senda que se me marca.
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