jueves, 2 de julio de 2015

Encantado

Nunca he sido un buen estudiante. En mis notas de final de curso quedaban pendientes cerca de la mitad de las asignaturas y las que aprobaba apenas superaban el suficiente. “Se evade”, era la observación preferida por mis tutores y profesores para definir mi actitud, no porque me consideraran como reputado escapista que burlando la atención docente me fugara del aula o incluso traspasara el recinto colegial, sino porque aseguraban encontrarme distraído con harta frecuencia, y no les faltaba razón. Reconozco en mí esa fuerte inclinación al fantaseo, cuando no a dejar en suspenso el ejercicio de mis sentidos, una tara que he desatendido y que se ha perpetuado. Dado el diagnóstico, paso a decir ahora con la conciencia tranquila que, según creo recordar, la moderna lingüística, y derivaciones como la semiótica y la semiología, hacen distinción entre signo, señal y símbolo, aunque signo y señal vendrían a ser prácticamente equiparables, siendo ‘señal’ el derivado castellano del latín ‘signum’, y ‘signo’ un neologismo adoptado con posterioridad en ámbitos académicos para referirse a aquello que señala otra cosa en sustitución de esa misma cosa: las letras señalan sonidos y las palabras señalan significantes que pueden ser objetos o conceptos o relaciones gramaticales. El símbolo es más complejo. El símbolo más que señalar representa, encarna o sintetiza un conocimiento o relato en una imagen. En la tradición cabalística sí que se consideran las letras como símbolos y las palabras combinaciones de los símbolos que contienen, reflejando de manera gráfica la composicionalidad tanto del universo como del pensamiento, es decir, la continua referencialidad y deriva de unos objetos y conceptos sobre otros de modo contingente y laberíntico, por el que toda ciencia se presenta como una relación inagotable de temas, tan interesante como arbitraria y, también por ello, no tan execrablemente rechazable. A mi modo de ver, un serio inconveniente que comparten los estudios especializados es su tendencia a la obsesión por el detalle en perjuicio de la calidad de perspectiva y, frente a la continua proliferación de detalles, también a la dispersión, a la pérdida en el olvido dentro del juego de la creación. Prefiero contemplar el juego con la pertinente consideración del peligro que conlleva, cuidando de en qué jardines me meto, aspirando el aroma del ambiente, vigilando que no se me convierta en pantano de aguas pestilentes. Quiero vivir mi vida con sencillez y dedicación, dedicándome a ser lo que soy, un ser humano que cuida, en la medida de lo que sabe y puede, de su entorno, tratando de no contaminar el aire que me envuelve con ideas negativas o falsas. Como humano y ser vivo que soy tengo fecha de caducidad. Pongo mi corazón, mis células y mis átomos al servicio de la vida cooperante. Este es mi programa de vida. Veré si puede ejecutarse. Yo digo que sí, porque otra opción la veo como una forma de coartarme ya de entrada. ¿Con qué fin? Que la vida se encargue de poner las cortapisas que requiera mi falta de atención. Sigo la senda que se me marca.


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